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Dios y la Contemporaneidad: el humanismo ateo

A lo largo de la historia, el ateísmo había aparecido esporádicamente en algunos autores, y en distintos grados, pero con una completa formulación teórica no se da hasta el siglo XIX y llega a su auge en el siglo XX. Tanto es así que se ha considerado, incluso, que el ateísmo es la característica propia de nuestro tiempo. Este ateísmo moderno es, en primer lugar, postulativo, porque no se ha podido demostrar la no existencia de Dios, pero, sin embargo, se toma como un supuesto que hay que aceptar, aun sin pruebas de ningún tipo. En segundo lugar, el ateísmo se presenta como una doctrina humanística, la única capaz de salvaguardar los valores humanos y la dignidad del hombre, y en definitiva, de salvarle. El ateísmo contemporáneo es, además, total o radical: no admite ninguna trascendencia, alguien que esté por encima del mismo hombre. Se presenta el ateísmo como un imperativo para la afirmación del hombre, como un humanismo. Dios no existe y es necesario que así sea para el bien del hombre. Dios es innecesario e inoportuno para la realización del hombre en cuanto tal. El hombre se explica por sí mismo y no tiene necesidad de nada trascendente.

El ateísmo del siglo XIX surge de la filosofía de Hegel, que representa la culminación de la Teología racionalista. Sin embargo, Hegel no se profesa ateo, como se declararán Feuerbach y Marx posteriormente. Así pues, con Feuerbach comienza una crítica a la religión que habría de tener amplias consecuencias. Para Feuerbach el punto de partida de todo filosofar es el hombre, pero no en abstracto, sino el hombre real y concreto, en el conjunto de sus relaciones concretas con los demás hombres. El género humano es la medida de todas las cosas, y Dios no es sino la proyección del pensamiento humano. La idea de Dios es un producto psicológico del hombre y se basa en el deseo universal de felicidad. El hombre convierte en Dios lo que él mismo desea ser. Por eso la religión se convierte así en negación, empobrecimiento y alienación ("enajenación") del hombre. Es la infinitud misma de la esencia humana la que el hombre proyecta en la idea de Dios. Por ello Feuerbach presenta su ateísmo como un humanismo. Ser ateo es ser consciente de la alienación o enajenación que padece el hombre con su fe en Dios, y supone recuperar el auténtico humanismo. La influencia de Feuerbach en Marx y Engels, entre otros, será decisiva.

Nietzsche es otro de los autores a destacar. Según Nietzsche, la muerte de Dios es el acontecimiento más grande de los tiempos modernos; por eso señalará que lo que es ateísmo hoy será religión mañana. Para Nietzsche el ateísmo radical es un punto de partida; a este ateísmo está ligado el nihilismo. Nihilismo quiere decir aquí que todos los valores existentes hasta ahora han decaído con la muerte de Dios. Se tratará ahora de ocupar el trono vacante de Dios, de llenar el vacío con nuevos ideales y valores. Eliminado Dios, el hombre será el creador de los nuevos valores y reivindica como propio del hombre todo lo que antes se había referido a Dios. Forja así su doctrina del Superhombre en su Así habló Zaratustra. Para que surja la nueva aurora del superhombre se necesita el crepúsculo de Dios. Nietzsche considera antitéticos a Dios y a la libertad del hombre; ésta, según él, se vería limitada por Dios; por ello, imitando a Prometeo que en su hybris se rebeló contra los dioses, querrá enfrentar su libertad contra el poder de Dios.

El fundador del psicoanálisis, Sigmund Freud, es uno de los representantes del ateísmo cientificista del siglo XX, porque intenta dar una concepción científica del mundo que sustituya a la religión. Piensa que hay que reemplazar la idea de Dios por la de la ciencia. En sus obras Totem y Tabú, Moisés y el monoteísmo o El porvenir de una ilusión analiza el origen de la religión, y afirma que ésta es una neurosis humana general que tiene su origen en el complejo de Edipo, en las relaciones con el padre, cuya naturaleza reside en el sentimiento de impotencia que existe en el hombre y en la necesidad de seguridad.


También para Sartre, como para Nietzsche, el ateísmo no es un punto de llegada sino de partida. La diferencia con Nietzsche es que no se tratará ya de transmutar los valores, una vez declarada la muerte de Dios, sino que ahora, con la afirmación de la inexistencia de Dios, ya no hay valores. "Si Dios no existiese, todo sería posible", había escrito Dostoyevski; Sartre hace suyo ese lema: como Dios no existe, todo está permitido. El hombre es libertad pura; no hay nada fuera del hombre al que éste pueda aferrarse: el hombre "está condenado a ser libre". Sartre considera que Dios es un obstáculo para la afirmación y construcción del hombre (o de la libertad humana). Dios sería incompatible con el hombre; si hubiese Dios, el hombre no sería, como tal, hombre. Y Sartre razona así: El hombre existe, luego Dios no existe. Sólo hay hombres y relaciones entre los hombres.

Relaciona los siguientes autores con sus respectivas tesis o afirmaciones básicas acerca de Dios:

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