CONCLUSIONES

 

Comentario

En este ya nuestro tercer milenio, la razón, el conocimiento humano, ha llevado a la humanidad a un progreso insospechado que parece no tener límites: prueba de ello son los avances y descubrimientos científico-tecnológicos que se suceden progresiva y vertiginosamente. Ciertamente conocemos muchas, muchísimas más cosas que nuestros antepasados, pero aunque dicho conocimiento progresara geométricamente durante otros mil años, jamás podríamos afirmar que somos más sabios si no somos realmente mejores. La nave de la humanidad avanza rauda y veloz: no sé sabe muy bien hacia dónde, pero lo cierto es que para muchos eso es lo de menos, pues el propio avance se ha convertido en la meta u objetivo. Cuando muchos ya no recuerdan cuál es el destino y otros ni tan siquiera se plantean su necesidad, ya no hay rumbo a seguir, por lo que está claro que, además de no llegar a buen puerto, nada garantiza que nuestra nave no embarranque o zozobre en cualquier momento.

Tanto en Oriente como en Occidente, es posible distinguir un camino que, a lo largo de los siglos, ha sido y es recorrido por la humanidad en su búsqueda de un más amplio y profundo conocimiento del mundo y de la realidad humana en cuanto tal. Prescindiendo de la diversidad de corrientes de pensamiento, lo cierto es que existe un conjunto de conocimientos en los cuales es posible reconocer una especie de patrimonio espiritual de la humanidad. En sintonía con su vocación originaria de amor a la sabiduría, una de las importantes tareas de la filosofía actual debería ser evidenciar la complementariedad de las diferentes culturas en las que vive el hombre.

Podemos seguir dividiendo y separando, erigir las diferencias o notas distintivas como barreras infranqueables que imposibiliten cualquier reconciliación o, por el contrario, podemos centrarnos en aquello que nos une en un común origen y destino. No se trata de postular un fácil y cómodo eclecticismo en el que cada uno adopte de las diferentes culturas o elaboraciones intelectuales aquello que mejor convenga a sus intereses particulares. Se trata, simplemente, de buscar, reconocer y aceptar todo aquello que es esencial y común y, por consiguiente, verdadero.

En el cumplimiento de esta labor, la filosofía debe acercarse al hombre de la calle y para ello debe adecuar su terminología y expresión. Debe hacerse asequible al hombre de hoy, y ello no supone menoscabo en su rigor y precisión, sino un aumento de la claridad frente a la vaguedad, la obscuridad o la innecesaria complejidad. Vauvenargues afirmaba que "la claridad es la buena fe del filósofo", "el don de los pensamientos profundos". La simplicidad como "sencillez en el decir" o claridad de la expresión discursiva del pensamiento es el fiel reflejo de la claridad del conocimiento y signo de su verdad.

Sin embargo, no resulta suficiente mostrar que las expresiones técnicas de los filósofos tienen su correlato en expresiones del lenguaje ordinario, sino que es preciso demostrar que no existe escisión entre la filosofía y la vida. Por tanto, una urgente tarea a realizar consiste en demostrar que buena parte de los problemas filosóficos son problemas de la vida ordinaria humana.

Reflexiona
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Filosofía hoy: función actual de la filosofía